Era un gusto oírlo, era un encanto,
a un Tordo, gran flautista; pero tanto,
que en la gaita gallega,
o la pasión me ciega,
o a Misón le llevaba mil ventajas.
Cuando todas las aves se hacen rajas
saludando a la aurora
y a la turba confusa, charladora,
le canta sin compás y con destreza
todo cuanto le viene a la cabeza.
El flautista empezó: cesó el concierto;
los pájaros, con tanto pico abierto,
oyeron en un tono soberano
las folías, la gaita y el villano.
Al escuchar las aves tales cosas,
quedaron admiradas y envidiosas;
los Jilgueros, preciados de cantores,
los vanos ruiseñores,
unos y otros corridos,
callan, entre las hojas escondidos.
Ufano el Tordo grita: "¡Camaradas,
no saben ni sabrán estas tonadas
los pájaros ociosos,
sino los retirados estudiosos!
Sabed que con un hábil zapatero
estudié un año entero:
él, dale que le das a sus zapatos,
y alternando silbábamos a ratos.
En fin, viéndome diestro,
-- Vuela al campo -- me dice mi maestro --,
y harás ver a las aves de mi parte."
Lo que gana el ingenio, con el arte.